To be, or not to be? De este modo nos volvería a plantear la cuestión Shakespeare en un mundo globalizado. Dentro de una civilización empeñada en ser homogénea, el idioma del dramaturgo se extiende como un virus difícil de contener. Nadie puede resistir la tentación de emplear una palabra inglesa para mostrarse ante los demás como una persona instruida y viajada; aun sin ser, todo el mundo quiere ser. En los últimos años, los anglicismos han visitado todas las culturas para imponerse como lengua dominante y dejar el idioma local relegado a un vil ostracismo. Hacer uso de palabras típicas del inglés está tan normalizado que nadie se escandaliza al utilizar expresiones como best seller cuando en español poseemos el heroico superventas. En un planeta donde todo está conectado, proteger la identidad resulta una misión utópica, minar la fortaleza de un enemigo es el primer paso para que caiga sometido por tu inconmensurable poder.
Gracias a ese afán colonizador, la Real Academia de la Lengua Española no tuvo más remedio que incluir en su diccionario el anglicismo spoiler, eso sí, aconsejando emplear su castellanización espóiler. Hasta ese momento, en español sólo teníamos el equivalente destripar, que no representa con tanta exactitud lo que se quiere expresar con el término anglosajón. Un espóiler vendría a ser una revelación importante de la trama de una historia —en su mayoría de películas o series— que fastidia a aquel que quiere disfrutar de ella sin conocer ningún detalle por nimio que sea. Según parece, el espectador es capaz de perder el interés por la narración si alguien osa contar lo que le sucede a sus protagonistas; el secreto que hay que proteger a toda costa es el desenlace del relato. Si alguna persona revela el final ante alguien que no quiere conocerlo, lo más probable es que sufra un castigo terrible, por eso la frase más escuchada de nuestro tiempo es «no me hagas espóiler».
El principal artífice de ese deseo por salvarguardar las tramas que nos interesan vuelve a ser otro anglicismo: el cliffhanger. El auge que han experimentado las series durante esta época obliga a los guionistas a utilizar el final abrupto o en suspenso, un recurso narrativo muy eficaz que genera tensión psicológica en el espectador y aumenta su deseo de saber más sobre la historia. Al poseer cada capítulo una conclusión de ese estilo, la tensión generada siempre será mayor que la que se experimenta en una película con más duración y con un cierre que suele ser definitivo, por tanto, la expectación por el siguiente episodio también aumentará. Perdidos o Juego de tronos son un buen ejemplo de esta técnica. La única razón que ha obligado a la sociedad actual a preservar algo para vivirlo en su intimidad ha sido un simple ejercicio de escritura.
Los psicólogos sostienen que tendemos a ver la ficción como un equivalente de la vida real. No nos gusta averiguar lo que va a suceder en una historia porque recordamos que lo que estamos viendo no es una realidad, en nuestra rutina el futuro siempre estará vedado. Resulta extraño que la gente quiera desconocer el final de algo, pues desde que nacemos ya sabemos cuál va a ser el fin de la película que nos convierte en protagonistas. Han pasado largos siglos y no ha existido ninguna civilización que no haya convivido con el mayor espóiler jamás revelado. Vamos a morir todos. Da igual lo mucho que nos empeñemos en ignorarlo, el desenlace siempre va a ser el mismo. Ya sabemos el futuro que nos espera.
La ignorancia nunca será una virtud por mucho que se empeñen. Entender la expiración es lo que nos permite disfrutar del trayecto que nos guía hacia nuestro destino. Todos llegaremos hasta el mismo punto, la forma de afrontarlo es lo que construye una historia especial. Cuando tengamos que contarle al barquero nuestras vivencias, el fin carecerá de importancia, sólo haremos hincapié en lo que hicimos y el karma que sufrimos. La esencia de la vida no consiste en otra cosa que empezar a caminar y, aunque la conclusión no sea diferente para nadie, la forma en la que viajamos por el sendero es lo que permite componer un buen relato.
Al morir el hijo de Jenofonte, el griego no lamentó su muerte, sabía que había engendrado a alguien mortal, lo único que hizo fue sentirse satisfecho por verlo convertido en un hombre valiente y noble que cumplió con su deber. Los antiguos no preguntaban el motivo de la muerte, cuestionaban la forma de vivir, el trayecto que se nos había asignado al nacer. ¿Por qué importa tanto este camino? Es muy sencillo. Cuando nos encuentre la sentencia final y se presente de nuevo la pregunta más difícil, podremos responder que siempre será preferible ser antes que no ser. Perdón por haber revelado el espóiler.
Me encanta, sencillamente.